Con las olas contadas

El Tano fue uno de los pibes que militó en montoneros y logró escaparse del país en el momento justo, cuando empezaban los años de plomo, allá por el setenta y pico. Hoy puede contar su historia gracias al combo de espanto que experimentó entre la realidad en la que estaba inmerso, y su ambición por seguir viviendo.

Dicen que de los laberintos se sale por arriba; él sin saber, lo sabía.
Me aboque a escribir esta historia porque me pareció fascinante los contrastes que presentaba su vida. Además, uno no se cruza todos los días con tipos que atraviesan su adolescencia con pensamientos y acciones radicales, jugándosela de verdad a ser revolucionarios guerrilleros, y que en su entrada a la adultez, dan un giro de ciento ochenta grados, para transformarse en surfistas avezados. No creía posible que existiera siquiera un caso como este, pero luego de entablar amistad con él, puedo afirmar que sí. Esa mezcla extraña de dos vidas en una me entusiasmó y me guió para escribir este relato. Puede que a algún sobreviviente de esa época mi relato le suene conocido.

Lo que vivió el Tano puede ser un argumento de una película de acción, donde el personaje principal (un extremista atrapado en su peligroso laberinto) está a punto de acometer una operación suicida, pero que

17

segundos antes de concretarla, se detiene, entra en pánico y se cuestiona todo lo que está por hacer.

En la toma siguiente el espectador ve que el personaje elude su destino utilizando algo similar a una bomba de humo, sin que nadie lo vea, desaparece, se escapa, huye, dejando de lado el fundamentalismo extremo que oprimía su ser.

Secuencia siguiente, aparece impreso sobre la imagen un título que dice: “Unos años después” y la escena muestra en un plano medio, al mismo personaje en otro lugar del mundo. Ahora con barba irsuta , pelo más largo, saliendo del agua sosteniendo una tabla de surf bajo su bronceado brazo, en una playa donde resalta una escala cromática cálida y placentera.

Algo así vivió el Tano, con el agregado de que en esa huida se salvó de morir de verdad. Porque lo que le sucedió no fue ficción, fue real. En su exilio, además de salvar su vida, sufrió el abandono de todo lo que consideraba su razón de vivir: su lucha encarnizada contra el estado represor, el contacto íntimo con sus compañeros militantes y el vínculo cercano con su familia entera. Dicen que de los laberintos se sale por arriba. Él sin saber, lo sabía.

Porque se fue volando. Huyendo de ese salvaje laberinto que era la Argentina en esos tiempos violentos. Se fue en el momento preciso, cuando se dio cuenta que no tenía pasta para ser un guerrillero, antes que la triple A y los milicos terminaran con su vida.

Lo que vas a leer sucedió de verdad.