Nada que ver.

Por más que intentara dominar la situación, al Ruso lo había invadido el asombro, súbitamente en cuestión de segundos había perdido el control de su cuerpo. Para cualquier transeúnte, por los gestos de su cara y la manera de caminar, parecía un borracho. Con sus pasos zigzagueantes, caminando de memoria las calles en pleno centro de la ciudad, no gobernaba su voluntad, y en esa circunstancia le resultaba muy agotador mantener el equilibrio de su cuerpo. Desde varias cuadras atrás en su interior, se había activado una alarma natural apocalíptica, que le transmitió desasosiego anunciando una desgracia, «su» desgracia, porque era en su cuerpo donde la sentía.

Quizás era cierto todo lo que él pensaba acerca del destino; el Ruso era de los que creían que todo está perfectamente programado, y que nuestra estadía en este mundo tiene una fecha de vencimiento, que ningún mortal hasta el día de hoy ha podido decodificar, y sin esperarla, la vida de uno hace ¡BUM! y se termina al instante.

Cuando sucedía una situación desgraciada que no daba lugar a ninguna explicación, el Ruso no se cansaba de repetir su latiguillo una y mil veces:

—Y, macho… cuando te llega, te llega. No hay con qué darle.

Tratando de no caerse, mirando para todos lados como queriendo encontrar un porqué a lo que le sucedía, obstinado, sin detenerse, avanzaba por la vereda por simple costumbre, tenía en su cabeza el mapa mental de esa y todas las cuadras del centro de la ciudad; las caminaba diariamente para ir a su trabajo.

Sin el control total de su cuerpo, pero tratando de mantener su postura, para no crear sospecha y que nadie le preguntara nada, hacía lo posible para que sus pies y sus manos se movieran con ritmo natural. Todo en él reflejaba normalidad, salvo, una zona rebelde de su cuerpo que no respetaba las órdenes de su cerebro y esa disociación desequilibraba por completo su armonía mental y física. Luego de entender que era en vano continuar luchando contra un enemigo interno desconocido, entendió que ya no podía conducir la situación y no le quedaba otra opción que parar y encontrar un lugar que le sirviera de refugio, donde pudiera recomponerse, relajarse y volver a tener el dominio de su visión.