Ya estaba odiado con el depto, una pila de molestias rebalsaba de mi cabeza, pero como un estoico lo soportaba, quizás porque no me quedaba otra, era el precio de mi orgullo lo que estaba pagando, me tenía que hacer cargo de mi decisión, al fin y al cabo fui yo quien se había empecinado en alquilar este mono ambiente del «orto», que con el paso de unos pocos meses resultó ser una de las peores decisiones que tomé en mis vida, desestimando como era lógico los consejos de mi padre. De contrera nomás, porque cuando él con su aire de sabelotodo me indica lo que tengo que hacer, me bloquea y no me deja actuar según mis pensamientos, lo único que logra es que adopte un actitud hermética y lo contradiga en todo lo que él propone.
Sé que soy obstinado y no me gusta perder una, pero para ser franco esta vez la erré fulero, venía cansado de agachar la cabeza y seguirle la corriente en todas las veces que hizo valer sus ideas sobre las mías.
Entiendo que él debe querer lo mejor para mí, al menos nunca se cansa de repetírmelo como si fuera un loro. Eso también me rompe las bolas; porque decime vos, ¿qué
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pibe de veinte años sigue al pié de la letra lo que le indica su padre? Ninguno. Bah, mejor dicho, yo todavía no me crucé con esa clase de pibes, aunque los debe haber, y deben ser unos pobres hijos infelices. O debo estar en el grupo de los que no entienden nada del mundo, y de los que se chocan con todos los obstáculos que se les presentan en el camino. Pero él no se debería quejar por lo que hago, si sabe bien que cuando era joven hacía lo mismo. No se cansa de contarme las andanzas errantes de su adolescencia. Entonces, si también metió la gamba mil veces y se la dio contra una pared más de una vez, por no soportar que le indicaran lo que tenía que hacer, ¿porqué se molesta cuando yo hago lo mismo?