Sólo los surfistas saben lo que significa hacer fuerza con la mente para que en los días de mar planchado el viento cambie al sur, y genere olas en las afortunadas costas pampeanas.
El viento, una de sus eternas preocupaciones, fenómeno ignoto y fútil para la mayoría de las personas, se había convertido en el karma que no lo dejaría tranquilo el resto de su vida, menos aún, encerrado en una ciudad sin límites, como era Buenos Aires.
Cada mañana, luego de que su conciencia lo arrancara de la cama, se formulaba la eterna pregunta –:¿Qué viento hay? Si la respuesta era viento “off–shore”, se convertía en un esclavo del viento, porque durante todo el día no lograba sacarse de la cabeza la idea de que en su ciudad, con ese viento estarían surfeando buenas olas. Nadie en la oficina entendía el trastorno interno que padecía, ninguno de sus compañeros de trabajo comprendía para qué servía el viento de tierra.
Cuando empezó a desvanecerse el hechizo que lo había traído a Buenos Aires, la pregunta del viento, al estar lejos del mar y llevar una vida incierta, e inconforme, empezó a inquietarle la existencia. Natacha con el tiempo pasó a ser una excusa y, con sus reproches, un estorbo. La publicidad lo seguía cautivando, sólo por la satisfacción que le causaban los cinco minutos posteriores al hallazgo de una buena idea; pero la ciudad, en las horas que restaban del día, lo angustiaba por completo.
La luz de oficina imprimía en su piel el mismo color que llevaba en su vida. –¿Y para qué? – se preguntaba cada vez con más frecuencia, sentado en su sillón de trabajo, aturdido por el ruido de la oficina.
Así pasó las últimas semanas antes de necesitar ir a respirar el aire de Necochea. Así, y también por culpa del viento, se olvidó de pensar. Al terminar el fin de semana y distanciarse nuevamente de su ciudad, del mar y de sus amigos, al volver a la rutina diaria, y al aburrido juego de fingir surfear cada mañana mientras viajaba parado en el subte, sin sostenerse de nada, manteniendo el equilibrio con sus pies copiando los movimientos del tren, en vagones atosigados de gente enloquecida, terminó de entender que se había transformado en la persona que nunca había querido ser.
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